CENTINELA DE LUZ – El día de la Pasión

Mientras todos dormíais me quedé a solas con mi Padre. Cuando más os necesitaba, me quedé solo, enfrentándome a lo que inevitablemente iba a venir, provocado por la mano de aquellos a quienes yo más amaba.

Las sombras se cernieron sobre la única luz de aquella noche, el único centinela de luz; como espectros, las nubes envolvieron la luna hasta anular cualquier resquicio de claridad anunciando la oscuridad, la penitencia y el luto. Ascendí el camino con los pies tambaleantes, incapaces de mantenerme erguido, arrastrándolos con pesadez al sentir la enorme carga que llevaba en mi corazón, tan pesada que me aplastaba contra el suelo. Mientras avanzaba, mis labios no dejaban de soltar palabras, palabras que buscaban el consuelo… solo y aterrado, balbuceaba tembloroso llamando a mi Padre.

bosxm4ajocbiUMDax6xyUnFznQrAl llegar al Monte de los Olivos, junto a los cuerpos retorcidos de los árboles, en el único espacio donde la luz de la luna conseguía filtrarse entre los brazos de la niebla, caí de rodillas y alcé mi mirada al cielo. “Padre… ¡Padre!” No hubo ninguna respuesta.

the passion of the christ judas giving christ the kiss File_KissSentí mi cuerpo estremecerse. ¿Por qué no decía nada? En el momento más oscuro de mi vida, sin mis mejores amigos y sin el aliento de mi Padre, me encontré con el rostro evidente de la muerte, la risa mordaz del provocador y el doloroso punzón del abandono y la traición. En ese mismo momento, cuando yo imploraba a mi Padre y oraba por el mandamiento de Amor que había revelado durante la cena, alguien, en quien una vez confié, me condenaba por un saco de monedas… No sé si fue eso lo que más me dolió: la condenación, el castigo con la muerte de una persona inocente que únicamente había predicado hablando del Amor y del Perdón, de la Salvación, a cambio de un par de monedas. ¿Cuánto puede costar la vida de un hombre y más si éste es el Hijo de Dios? Treinta monedas… ¿Qué puede hacer que el hombre se arrodille ante la avaricia o el miedo cuando se le ha enseñado el cielo? ¿Qué teme el hombre al que se le ha revelado todo, para que tanta luz lo ciegue y le atormente y le haga desear apagarla? ¿Qué teme el hombre del Amor de Dios para que sea capaz de aniquilarlo, de entregarlo como si fuera el más cruel ladrón y un inhumano criminal?

Lloré. “Padre, defiéndeme”. Sentí miedo. Por primera vez tuve miedo, miedo porque sabía –y sentía- lo que estaba pasando y lo que iba a pasar, a cambio de treinta monedas: mi vida por la de ellos. No podía ser verdad… Lancé un fuerte lamento al cielo. “¡Padre! ¿Por qué no estás conmigo? ¡Te necesito!”.

Ni las aves del cielo ni el viento contra las hojas respondieron a mi llanto… Silencio y vacío, abandonado en medio de un bosque, sin el calor ni el frío, ni un alma que quisiera acompañarme en mis últimos momentos de máxima penuria y desconsuelo; en ese momento, todos dormíais y los que no, se disponían a dejarme mal herido. Alcé unas manos temblorosas al cielo, como si quisiera acoger entre mis dedos el astro que también parecía querer ocultarse de mí entre la nebulosa. “Por favor… no me dejes solo”, le pedí al único centinela de luz que velaba conmigo aquella noche. Sin embargo, la estrella desapareció finalmente entre las nubes. Entonces, me derrumbé contra el suelo y sin fuerzas que me levantasen, enterré mi rostro en mis dedos liberando el llanto de dolor que me ardía por dentro.

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Entonces, en el momento en el que más me sentía perdido y abandonado, qué casualidad que oí llegar al que menos deseaba mi consuelo. Su aliento frío me susurró en el oído para que atendiera a sus ideas llenas de dudas y miedo: “¿Crees que puedes cargar tú sólo con todo el pecado del mundo?”. La presencia arrastraba sus palabras entre susurros y siseos, suaves, para dejarme con el tormento, pero directas y cercanas, atentas a la parte más débil de mi corazón en aquellos momentos. Cerré los ojos con fuerza… Estaba dispuesto a ello, a arrastrar vuestros fallos conmigo y a cargarlos durante toda la eternidad. “Padre, en ti confío”, susurré, apretando con fuerza entre mis manos la arena seca del suelo.

Fue en ese momento cuando entendí que todo tenía un sentido, por qué mi Padre me había hecho nacer entre ellos y perecer de la forma más horrible que pueda merecer alguien… todo por treinta monedas.

“Nadie puede cargar con ese peso, te lo aseguro”, seguía diciendo el encapuchado; el mal, la tentación, la única a mi lado aquella noche, cada vez más presente cuanto más escuchaba sus palabras. “No lo entenderán” susurró con maldad el ser. En ese momento, sentí un golpe fuerte en el corazón, como si alguien lo atravesara con una lanza. “Morirás por ellos, perdonando todos sus pecados y llevándotelos, cargando con ellos, toda una eternidad, para salvarlos y no lo entenderán, ni te acompañarán; tus hijos serán perseguidos, maltratados y asesinados, porque tampoco entenderán la luz, reflejo de tu Amor y de tu dolor por la Humanidad. Sufrirás por una eternidad y harás sufrir a los que decidan seguirte por un Amor que nadie entenderá”.

jesus-at-gethsemaneEl miedo se apoderó de mí y, casi sin aliento, me erguí del suelo y solté una voz potente, clamando más fuerte a mi Padre: “¡Padre! ¡Padre, por favor, tú eres todopoderoso! No dejes que esto me suceda… aparta de mi este cáliz”.

De nuevo silencio. Las lágrimas regaron mi rostro, mientras la presencia maligna bebía de mi dolor y de mi creciente debilidad. “¿Quién es tu Padre, si ni siquiera está aquí contigo…”. Sus ojos fríos, vacíos de vida, no se apartaban de mí en ningún momento, esperando atrapar el instante en el que saliera huyendo.

Ahogué mi lamento, liberé la arena que tanto apretaba entre mis dedos, como el desesperado que se había aferrado a su único salvamento, y clavé los ojos en el cielo. Entonces, volvió a mi recuerdo el momento donde más había compartido el Amor fraterno… Cuando de rodillas ante vosotros os pedí que no solo lavaseis los pies de vuestro maestro, sino que también me dejarais a mí hacerlo; como la tentación me decía, tampoco lo entendisteis, pero tan pronto como os dije que ese era mi mandamiento, aprendisteis a limpiaros los unos a los otros, a entregaros y a perdonaron como yo haría un Viernes Santo. Os había regalado un buen ejemplo, pero mi muerte sería la que alumbraría el camino directo al cielo.

51ca4f595ba197f8682e6b277f1176a4“Padre, que se haga tu voluntad y no la mía”.

Las nubes se cerraron entonces en torno a la luna y ahí fue cuando sentí de nuevo a mi Padre. El temor, la duda y el dolor… todo lo acogió él, que me tendió la mano y me ayudó a ponerme en pie.

Una vez erguido, me volví hacia la presencia que aún seguía a mi lado. La criatura se arrastraba hacia mí con la intención de envolverse y arrojarme al suelo, pero antes de que pudiera alcanzar el borde de mi túnica, con un golpe en su cabeza acabé con su veneno. Por Amor, estaba dispuesto a llevar, sólo y en silencio, el dolor hasta lo eterno.

MARTA Gª OUTÓN

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